En casa de Mateo las cosas no iban muy bien últimamente; sus padres se habían quedado sin trabajo y apenas les llegaba para comer, pero el niño era muy feliz.
Unos días antes de las vacaciones navideñas escuchó:
—Cro cro, cro cro, cro cro.
Mateo descubrió al cuervo en el suelo. Se acercó a mirarlo y vio que tenía una pequeña herida en el ala izquierda. Lo tomó con mucho cuidado en sus manos, y lo colocó en un nido que hizo en la rama del árbol con hojas y pajas.
Todos los días al ir y al volver de la escuela paraba a ver cómo estaba. Lo acomodaba, lo alimentaba con unas migas de pan y un poco de leche que apartaba de su desayuno, y le dirigía unas cariñosas palabras. En poco tiempo, Cuervito, que así lo llamó, creció y pudo volar.
—Cro cro, cro cro, cro cro —graznaba Cuervito, agradecido.
Todas las mañanas Cuervito salía a estirar las alas, pero a las horas señaladas siempre esperaba a Mateo en el nido.
—Cro cro, cro cro, cro cro —le saludaba alegre, Cuervito.
Ese día Mateo llegó saltando hasta el árbol y le contó a Cuervito que se iba a pasar las fiestas navideñas a Aldeafantasía. Era un pueblo precioso, pegado al mar, con un bonito castillo, una plaza pequeña y calles estrechas, y lo más importante: allí vivían su abuelo y su primo. Después se despidió cariñosamente prometiendo volver muy pronto.
Pero Cuervito no podía estar tantos días sin ver a Mateo, y tantas señas le había dado de Aldeafantasía, que no lo pensó, y volando tomó rumbo hacia el hermoso lugar para dar una sorpresa al niño.
Cuervito fue testigo de la felicidad de la familia: la alegría del reencuentro, los abrazos y los besos.
Presenció, por primera vez, cómo adornaban el abeto y colocaban el bonito nacimiento a la entrada de la casa, mientras cantaban villancicos.
Por la mañana cuando Mateo se despertó, escuchó desde la cama:
—Cro cro, cro cro, cro cro, cro.
—¿Oyes eso? —le preguntó a su primo, aún dormido, a su lado.
Fue rápidamente a la ventana y...
—¡Cuervitooooooo! —gritó alegre, despertando a su primo.
Cuervito descubrió la sencillez y generosidad de las personas que habitaban esa aldea. Vio que el pueblo entero se volcó en ayudar a la familia de Mateo, ahora necesitada.
—¡Qué alegría que hayáis venido! Os he preparado un guiso de patatas de bienvenida —dijo una vecina.
—¡Holaaaa! ¡Qué alegría! He hecho un bizcocho de membrillo para Mateo, que sé que le encanta —se presentó el panadero.
—Mi vaquita da leche de sobra —dijo la lechera dejando un litro en la puerta de la casa.
—A mi hijo le queda pequeño —dijo otra vecina llevando un abrigo seminuevo para el pequeño Mateo.
En Aldeafantasía se vivía la Navidad con mucha alegría. Por las calles se escuchaban voces infantiles cantando villancicos, y en el centro de la plaza había un abeto con luces que iluminaban al anochecer.
A Cuervito le encantó el lugar.
Llegó Nochebuena, fueron a la misa de gallo y celebraron contentos el nacimiento del niño Jesús.
Llegó Nochevieja y despidieron el año tomando, como es tradición, las doce uvas. Las vacaciones transcurrieron tranquilas para los dos pequeños, entre risas, juegos, panderetas, villancicos, turrones y mazapanes.
Los niños estaban inquietos esperando que llegara el día de Reyes. Mateo había pedido una mochila, unas pinturas y una muñeca. Luego pensó pedir un saco de canicas de cristal, pero ya había echado la carta al buzón. Solo se lo contó a Cuervito.
Llegó el día de los Reyes Magos. Fueron a ver la cabalgata y se acostaron nerviosos. Se despertaron cuando estaba amaneciendo y fueron a ver si tenían algún regalo.
—¡Los Reyes me han traído las canicas! ¡Me han traído las canicas! —gritó muy feliz, Mateo, abrazándose a su primo.
Cuervito miraba por la ventana.
—Cro cro, cro cro, cro cro —graznó muy contento.
En su nido relucía algo: un trozo de espumillón y una bolita brillante de cristal.