Cuento escrito para Guía Infantil.
Video realizado por Carlos Vera Producción.
Voces, Esther, Daniela y Carlos Vera.
¡Graciaaaassss!
¡Me encanta!
Espero que os guste.
Un beso con achuchón.
En casa de Mateo
las cosas no iban muy bien últimamente; sus padres se habían quedado sin
trabajo y apenas les llegaba para comer, pero el niño era muy feliz.
Unos días
antes de las vacaciones navideñas escuchó:
—Cro cro, cro
cro, cro cro.
Mateo
descubrió al cuervo en el suelo. Se acercó a mirarlo y vio que tenía una
pequeña herida en el ala izquierda. Lo tomó con mucho cuidado en sus manos, y
lo colocó en un nido que hizo en la rama del árbol con hojas y pajas.
Todos los
días al ir y al volver de la escuela paraba a ver cómo estaba. Lo acomodaba, lo
alimentaba con unas migas de pan y un poco de leche que apartaba de su
desayuno, y le dirigía unas cariñosas palabras. En poco tiempo, Cuervito, que
así lo llamó, creció y pudo volar.
—Cro cro, cro
cro, cro cro —graznaba Cuervito, agradecido.
Todas las
mañanas Cuervito salía a estirar las alas, pero a las horas señaladas
siempre esperaba a Mateo en el nido.
—Cro cro, cro
cro, cro cro —le saludaba alegre, Cuervito.
Ese día Mateo
llegó saltando hasta el árbol y le contó a Cuervito que se iba a pasar las
fiestas navideñas a Aldeafantasía. Era
un pueblo precioso, pegado al mar, con un bonito castillo, una
plaza pequeña y calles estrechas, y lo
más importante: allí vivían su abuelo y su primo. Después se despidió cariñosamente prometiendo volver muy pronto.
Pero Cuervito
no podía estar tantos días sin ver a Mateo, y tantas señas le había dado de
Aldeafantasía, que no lo pensó, y volando tomó rumbo hacia el hermoso lugar para
dar una sorpresa al niño.
Cuervito fue
testigo de la felicidad de la familia: la alegría del reencuentro, los abrazos
y los besos.
Presenció,
por primera vez, cómo adornaban el abeto y colocaban el bonito nacimiento a la
entrada de la casa, mientras cantaban villancicos.
Por la mañana
cuando Mateo se despertó, escuchó desde
la cama:
—Cro cro, cro
cro, cro cro, cro.
—¿Oyes eso?
—le preguntó a su primo, aún dormido, a su lado.
Fue
rápidamente a la ventana y...
—¡Cuervitooooooo!
—gritó alegre, despertando a su primo.
Cuervito descubrió la sencillez y
generosidad de las personas que
habitaban esa aldea. Vio que el pueblo entero se volcó en ayudar a la familia
de Mateo, ahora necesitada.
—¡Qué alegría
que hayáis venido! Os he preparado un guiso de patatas de bienvenida —dijo una
vecina.
—¡Holaaaa!
¡Qué alegría! He hecho un bizcocho de membrillo para Mateo, que sé que le
encanta —se presentó el panadero.
—Mi vaquita
da leche de sobra —dijo la lechera dejando un litro en la puerta de la casa.
—A mi hijo le
queda pequeño —dijo otra vecina llevando un abrigo seminuevo para el pequeño
Mateo.
En
Aldeafantasía se vivía la Navidad con mucha alegría. Por las calles se
escuchaban voces infantiles cantando villancicos, y en el centro de la plaza había un abeto con
luces que iluminaban al anochecer.
A Cuervito le
encantó el lugar.
Llegó
Nochebuena, fueron a la misa de gallo y celebraron contentos el nacimiento del
niño Jesús.
Llegó
Nochevieja y despidieron el año tomando, como es tradición, las doce uvas. Las
vacaciones transcurrieron tranquilas para los dos pequeños, entre risas,
juegos, panderetas, villancicos, turrones y mazapanes.
Los niños
estaban inquietos esperando que llegara el día de Reyes. Mateo había pedido una
mochila, unas pinturas y una muñeca. Luego pensó pedir un saco de canicas de cristal, pero ya había echado la
carta al buzón. Solo se lo contó a Cuervito.
Llegó el día de
los Reyes Magos. Fueron a ver la cabalgata y se acostaron nerviosos. Se
despertaron cuando estaba amaneciendo y fueron a ver si tenían algún regalo.
—¡Los Reyes
me han traído las canicas! ¡Me han traído las canicas! —gritó muy feliz, Mateo, abrazándose a su
primo.
Cuervito
miraba por la ventana.
—Cro cro, cro
cro, cro cro —graznó muy contento.
En su nido
relucía algo: un trozo de espumillón y una bolita brillante de cristal.